Conocí a la Dra. Diana Quinn solo por un año, al comienzo de mi formación psiquiátrica. Desde el momento en que nos conocimos cuando me entrevistó para un puesto en la PGII, supe que había encontrado un verdadero mentor. El Dr. Quinn encarna un profundo compromiso con la atención al paciente, la justicia social y la excelencia académica. Sonreía con facilidad y a menudo. Desbordaba de entusiasmo por su trabajo y lo hacía divertido, pero transmitía que el trabajo también era serio. En el informe de la mañana, el Dr. Quinn insistió en presentaciones de pacientes de alta calidad y nos interrogó sobre las decisiones tomadas la noche anterior. De alguna manera, también hizo que el proceso fuera divertido; Esperaba poder presentarle casos.
El Dr. Quinn dirigía una unidad para pacientes hospitalizados, los servicios de emergencia psiquiátrica y una clínica para pacientes ambulatorios, todas estas cosas sin parecer nunca sudar. Estaba asombrado de su capacidad para manejar el caos clínico, administrativo y político mientras siempre encontraba tiempo para enseñar a los residentes. La Dra. Quinn fue directa en sus expectativas y mantuvo a todas con estándares muy altos. Les hizo saber a los residentes cuándo lo habían hecho bien y, también, cuándo no. Incluso cuando estaba enojada, siempre lo hacía de una manera muy profesional y mesurada.
La gente habla del "espíritu de baile" del Dr. Quinn. Recuerdo que iba en bicicleta al trabajo, de alguna manera manteniendo su falda fuera de la cadena, y se quitaba el casco de la bicicleta sin un pelo fuera de lugar. Heredé uno de los pacientes "difíciles" del Dr. Quinn y sé que la supervivencia y recuperación de este paciente son un tributo a la Dra. Quinn y sus habilidades y espíritu.